Vida
Pablo Edelstein abre la puerta de su taller en Laprida 2050, entre Gutiérrez y Melo, y entra en su mundo. Pronto llegarán la modelo y los alumnos, y una hoja en blanco lo espera. Cruza el zaguán, sigue por el pasillo, saluda a las tres floristas a las que les alquila una sala adelante y camina entusiasmado hasta el fondo a la izquierda, donde está su taller. El patio alberga su selva de begonias, pequeños gomeros, ficus, bromelias, lazos de amor, filodendros, palmeras y uñas de gato, que cuida con devoción. El baño está siempre salpicado de colores. Escaleras arriba está su taller de cerámica, repleto de figuras que lo miran trabajar todos los días, de pie como un árbol. Al fondo, una gran estatua de Hipólito Yrigoyen –modelada para un concurso– esconde su enorme horno, porque la cerámica es una de las artes del fuego y la cocción, que vincula su quehacer con la tarea del pan, la pastelería, la agricultura, el cultivo del suelo que también lo identifica.
La radio se enciende y se escucha la voz profunda y grave del periodista Hugo Guerrero Marthineitz. En su cara siempre hay emoción y alegría. Nadie lo ha visto entre esas paredes con expresión taciturna o conflictuada. El arte es su aventura, su disfrute.
Por mandato o por herencia, estudió Agronomía, pero su pasión serán las Artes Visuales, un legado materno. Nunca dejó de enseñar, de estudiar y, sobre todo, de crear obras de arte. Dos mundos que se cruzan en su vida y en su obra, porque dedicará sus días tanto a la cría de ganado como a modelar toros en cerámica o arcilla, delinear mujeres en colores, alzar formas de metal en el espacio. Edelstein nació en Suiza en 1917 y falleció en Buenos Aires en 2010. Durante varios años se abocó a las labores agropecuarias. En 1944 se estableció definitivamente en la ciudad de Buenos Aires, donde desarrolló su vasta actividad artística y docente. Ya conocía buena parte de los museos del mundo, asistía a clases de arte desde la infancia, su cultura general abarcaba la música y la literatura, y también era un hombre de acción: campeón de esgrima, esquí, equitación y natación.
Los datos de su biografía dicen que su educación formal en el arte empezó con las clases en Buenos Aires con los pintores Jorge Larco y Raúl Soldi y con el escultor Lucio Fontana, con quien mantendrá una larga amistad. A partir de 1946, en su currículum se sumarán año tras año sus presentaciones en salones nacionales e internacionales. Trabajó por la jerarquización de la disciplina que tanto amaba. Fue asesor de la Secretaría de Cultura de la Nación durante gobiernos democráticos.
Muchas de sus obras están en poder de importantes coleccionistas particulares y museos de Argentina, Uruguay, Brasil, España, Alemania, Austria, Reino Unido y Estados Unidos. Durante treinta y siete años fue un maestro generoso y entusiasta, que trabajaba codo a codo con sus alumnos. También transmitió su visión y sus técnicas en escuelas nacionales de Bellas Artes de la Argentina.
Su trayectoria le traerá alegrías, como el Tercer Premio Escultura en el Salón de Mar del Plata, la Medalla de Oro en el Salón de la Sociedad Hebraica Argentina, la Medalla de Oro en el Concurso para el Monumento a Hipólito Yrigoyen y el Premio Konex en Cerámica. Piezas monumentales y murales dejaron su sello en el espacio público, como la fuente escultórica La Alborada, que embellece el patio de la Fundación Favaloro, donada por él; el busto de Juan XXIII que se yergue en una plaza de la provincia de Corrientes o el fabuloso conjunto escultórico sobre la vendimia, Alegría de vivir (1971), que adorna el patio del Museo Fader en la provincia de Mendoza. La Asociación Argentina de Artistas Escultores lo incorporó en 2007 como miembro de su Tribunal de Honor.
Ningún galardón le dará tanto placer como hundir sus manos en la masa fría de la cerámica o delinear en la hoja en blanco el cuerpo desnudo de una mujer. Dominó la cerámica escultórica, la pintura, el grabado y el dibujo, incursionó en el collage y el happening. Vivió obsesionado con la figura humana, que fue puliendo y sintetizando hasta volverla angular. Al final del camino se encontrará subyugado por la Cinta de Moebius y el deseo de atrapar en chapa metálica una idea del infinito.
Origenes
Hoppe, hoppe Reiter,
wenn er fällt dann schreit er.
Fällt er in den Graben,
dann fressen ihn die Raben.
Fällt er in die Hecken,
tut er sich erschrecken.
Fällt er in den Sumpf,
dann macht der Reiter plumps!
Pablo Edelstein tiene 85 años y está en el living de su casa rodeado por seres queridos. Su mujer de toda la vida se apoya en el respaldo de su sillón, su hija lo mira embelesada y su nieto lo filma. Pablo vuelve a entonar en alemán esa canción que cantaba a la par de su abuelo materno, cuando era muy chico, mientras cabalgaba sobre su rodilla, y que se ha vuelto tradición familiar: Ico, Ico, jinete, / Cuando cae, grita. / Se cae al foso, / entonces los cuervos se lo comen. / Se cae en los setos / ¿se asusta? / Cae al lodo / el jinete hace ¡pluf! La cantó miles de veces de chico, como padre y como abuelo, y siempre le provoca la misma alegría.
Habrá vivido esa escena con su padre, cuando le enseñó a montar y Pablo andaba aún en pantalones cortos. También volverá a vivirla con su hijo. Montar es un asunto serio en el linaje de los Edelstein. Aquel día, iban al galope Pablo con su hijo de 6 años, cada uno en un alazán pura sangre, brioso. Cuando la velocidad se aceleró demasiado, el hijo no pudo dominar al suyo y cayó. No quería volver a subir, pero Pablo lo animó para que no le tomara miedo. Así, con el sostén de su mirada, con su apoyo incondicional, su hijo montó el alazán y se convirtió en un jinete. Con el tiempo, Edelstein se volverá experto en eso de alentar y hacer crecer.
Una foto muy antigua, acaso pintada a mano, lo muestra como un chico de cachetes llenos. El pelo rubio le tapa los ojos celestes. Es una ternura de pantalones cortos, medias y zapatitos, con un delantal como se usaba entonces para no ensuciar el atuendo de punta en blanco, los cuellos bordados, los enteritos de pana y las camisas almidonadas, relucientes.
¿Qué puede conmover a un chico que apenas domina los números y las letras pero ya conoce buena parte del mundo? El arte, sin dudas, nunca dejó de hacer vibrar a Pablo Edelstein, hijo de la Europa ilustrada, campeón de espadas y caballos, amante de la música y la lectura, pero a la vez baqueano de la pampa grande, padre amoroso, docente dedicado. Artista cabal, apasionado. Un dandy enciclopédico o un héroe romántico.
A su hija Verónica le contará, en 2002, detalles de su infancia. Nació el 14 de agosto de 1917 en St. Moritz, en el Hotel Suvretta Haus, una construcción inaugurada en 1912 en medio de los Alpes, con vistas a Champfèr y al lago Silvaplana en la meseta de Chasellas.
Sus hermanas también nacieron en Suiza, Carola en 1915 y Beatriz en 1920. “Mis padres vivían allí porque transcurría la Primera Guerra Mundial”, le relata Pablo a su hija. Se trataba de un complejo turístico exclusivo situado en el valle de la Engadina, que diez años más tarde será Villa Olímpica, en cuyo lago helado se celebrarán partidos de polo, críquet y carreras hípicas sobre hielo, además de cinco campeonatos mundiales de esquí. Un pueblo de montaña progresista que tuvo la primera conexión a la luz eléctrica y la primera escuela de esquí del país.
Su padre, Sigmund Edelstein, era un austríaco próspero, comerciante de granos y productor agropecuario. A los 40 años, Sigi ya estaba retirado de los negocios, tras veinte años de trabajo de sol a sol. Durante el transcurso de la Primera Guerra Mundial, ante la insistencia de sus socios, los hermanos Weil, se reincorporó a la firma. Realizó el traslado de las sucursales de Amberes a Londres para evadir la ocupación alemana, y luego fundó la filial en Róterdam, Países Bajos. Retomó la actividad económica, que no abandonó hasta ya pasados los 70 años.
Su madre, Lisbeth, era veinte años menor que Sigi. Se casó a los 20, en 1912, y falleció a los 33 de cáncer en los ganglios. Sigi nunca volvió a casarse: la dedicación a sus hijos y su ocupación laboral lo mantendrian ágil y activo.
Pablo se crió entre Suiza y los Países Bajos. Con sus padres hablaba alemán, pero el primer idioma extranjero que manejó con fluidez fue el francés porque tenía una niñera de Lausanne. “Pasábamos las primaveras y los otoños en los Países Bajos y el resto del año en Suiza, en St. Moritz o en Zúrich. Pero al fallecer mi madre, mi padre necesitó volver a la Argentina para reestructurar la firma, luego de la renuncia de dos de los principales directores. En 1924 vine por primera vez aquí. Mi padre había llegado a fines del siglo XIX y se había naturalizado argentino. Mis hermanas y yo nacimos como hijos de argentino naturalizado, fuimos inscriptos en el consulado en Ginebra y recién a los 17 pudimos optar por la ciudadanía argentina, puesto que en Suiza, la lus Sanguinis reconoce como ciudadano únicamente a quienes tienen ancestros suizos”, cuenta.
En esos primeros años recorrieron las sierras cordobesas, Rosario, Mar del Plata, La Plata y otros sitios. Cursó algunos años de la escuela primaria en la Goethe-Schule. “Mi padre recorrió esos lugares alejados de Buenos Aires a caballo o en diligencia. Volvíamos a Europa en barco casi todos los años. Mi padre, por sus actividades, tenía que ir a los Países Bajos, y nosotros, para encontrarnos con la familia de mi padre y de mi madre. Así estuvimos en la Costa Sur de Francia, en distintas partes. Después, mi padre se retiró por segunda vez, en el año 30; la Gran Recesión, la caída de los precios de los productos primarios, agrícolas, hacía casi imposible el negocio de exportación de granos desde la Argentina y resolvió liquidar la firma. Entonces fuimos primero a Suiza, donde mi padre quería comprar una propiedad sobre el lago de Zúrich. Finalmente se decidió por Viena, su ciudad natal”, recuerda.
Edelstein cursó entonces sus estudios secundarios en Suiza y parte en Viena, entre 1930 y 1935, en la Theresianische Akademie, fundada por la emperatriz María Teresa. Desde ahí, en las vacaciones y Pascuas, recorrían Europa: Florencia, Sicilia, Roma, Venecia, los Alpes. En verano, las Dolomitas, los castillos de Francia, Inglaterra y Escocia. Esos son los tiempos iniciáticos en que siendo chico ya había visitado los principales museos del mundo.
“Me sentía muy sensible a la belleza de la naturaleza, por haber nacido en parajes que tanto muestran los cambios y transformaciones que se producen en ella cuando cambian las estaciones. Lo tengo documentado en mi obra desde mis primeros trabajos”, cuenta Edelstein. Antes de casarse, su madre estudió Historia del Arte en Maguncia y en Frankfurt, Alemania. A su muerte dejaría una muy rica biblioteca. “Mi nacimiento coincide con el surgimiento del dadaísmo en el famoso cabaret Voltaire, en Zúrich, donde ella conoció a muchos pintores y escultores de esa época”, cuenta. Pablo lleva con orgullo el nombre que ella eligió como una premonición o un designio. Un gran número de artistas visuales que su madre admiraba se llamaban así: Cézanne, Gauguin, Rubens, Veronese y Picasso. La recuerda joven y hermosa. “Toda esta coincidencia debe haber creado en mí el fuerte deseo de estudiar arte, sobre todo al vivir en Viena, con sus ricas colecciones en el Museo Histórico de Arte (Kunsthistorisches Museum), donde están los mejores Bosch, Brueghel, Durero, Rubens, Rembrandt y las escuelas flamencas.
Pero su padre no compartía su mirada y se oponía a que su hijo siguiera un oficio que no garantizaba una existencia económica sólida. “Del arte no se vive, pero la agricultura siempre te dará de comer”, le dijo. El artista, pensaba él, difícilmente podría vivir de su obra. Algo de razón tuvo, porque Edelstein jamás vio a su obra como una mercancía ni dedicó tiempo y energía a consolidarla en el mercado. Disfrutaba los éxitos, sí, pero no los buscaba.
“Como la familia tenía intereses en campos en la Argentina, él me sugería que estudiase Agronomía. Así lo hice, pero nunca dejé mi vocación de pintor. En aquella época de estudiante aprovechaba las enseñanzas que me brindaba un profesor de dibujo de la escuela secundaria, que venía a mi casa para enseñarme historia del arte y las técnicas del óleo, dibujo a la carbonilla y la acuarela. Esto lo reforcé posteriormente con la visita a muchos museos del mundo. Pero me acuerdo de que en mi infancia en los Países Bajos mi madre me llevaba a los museos de Ámsterdam, La Haya, Haarlem y Delft, como a los chicos de otras partes los llevan al jardín zoológico. Después, también en los Países Bajos, asistí a la escuela Montessori, donde estimulaban enormemente la imaginación y la actividad artesanal. De manera que el collage, el dibujo y todo eso entró en mi vida ya a los 5 o 6 años como una cosa cotidiana”, le cuenta a su hija.
Cuando terminó la escuela, comenzó estudios universitarios en materia agropecuaria en Viena y luego en Gran Bretaña. Ya entonces, en sus ratos libres viajaba a Canterbury para tomar clases de pintura y escultura. Trabajó de voluntario en una hacienda de pedigree en Escocia durante dos años, que también le sirvieron para perfeccionar su inglés.
Estaba de visita en la Argentina para pasar el tiempo en las estancias de la familia, cuando se declaró la Segunda Guerra y ya no volvió a Europa para terminar su carrera universitaria. La complementó con cursos de posgrado en Ganadería y Agricultura en Estados Unidos, en universidades de lowa y California. Recorrió 70.000 kilómetros en aquel país para visitar granjas experimentales. Las amistades de entonces le duraron toda la vida.
Durante un tiempo, los primeros años de la década del 40, se abocó a las actividades rurales1 en el sur de la provincia de Santa Fe y en la provincia de Buenos Aires. Esos tiempos quedaron en su memoria: “Allí aprendí a mirar la tierra y los cambios en la naturaleza con el paso de las estaciones, en una forma muy vívida. Cuando me desarrollé como ceramista, sabía que la tierra según la humedad, la sequía o la temperatura tiene otras consistencias, otros aspectos, y eso he tratado de trasladar a las imágenes de mis obras. Pero por razones familiares y desavenencias, decidí dejar finalmente en el año 44 mi actividad como campesino o estanciero, al casarme con mi mujer, que es una rata de ciudad, y tomar el aprendizaje de las artes visuales en serio”. De aquellos años le quedaron las costumbres de tomar mate y de vivir rodeado de verde, aunque más no fuera cuidando plantas en macetas y canteros. Tenía buena mano también para eso.
Formación
Conocer a Mercedes Rodríguez, Nena, cambió su vida. Fue una noche en el Hotel Bristol de Mar del Plata. Él estaba al frente de una estancia en Necochea y fue a cenar con amigos. Nena había ido con una de sus tres hermanas y su cuñado, que era conocido de Pablo. Tenía veintisiete años y era un dandy buen mozo y caballero. Hasta hacía poco andaba por las rutas de Europa en un auto convertible con doble carburador y valijas de viaje del mismo cuero que los asientos. Pero esa noche, cuando comenzó a tocar una famosa orquesta, Pablo sacó a bailar a Nena y ya no volvieron a la mesa hasta que terminó la fiesta, dos horas más tarde. Había tenido muchos amores, pero cuando abrazó la cintura de Nena, supo que era ella.
El padre de Pablo no estaba de acuerdo. Quería para su heredero una mujer europea. Poco pudo hacer. El noviazgo duró apenas seis meses de cartas y envíos de flores. “La tercera vez que la vi, a los dos meses de conocernos, le propuse matrimonio”, contaba Pablo. Ella era profesora de Educación Física y de Castellano con ascendencia asturiana, como a Pablo, les encantaba bailar. Vivieron sus primeros tiempos de casados en una suite del Plaza Hotel. El matrimonio superó las seis décadas y les dio dos hijos y, más tarde, nietos y bisnietos. Bailaron juntos toda la vida. Mercedes partió apenas unos años antes que él, a los ochenta y siete años.
Trabajo, producción y creación. Pablo siguió disfrutando de todo lo que el mundo le pudiera dar, pero no perdía nunca la humildad. No compartía aquel elitismo de su padre. No era un exitista, sino un contemplativo del hacer. Lo dice una y otra vez, como un mantra a lo largo de su vida: “Un tema esencial para mí es el proceso creativo. Siempre me interesó más el proceso que la obra final. Trabajo mis obras partiendo desde los bocetos, desde los estudios previos, porque creo que forman parte de la obra final”.
Como no tenía un título universitario en la Argentina, no podía ingresar en las escuelas de arte oficiales. Pero durante dos años asistió al taller de Jorge Larco, en la calle Tres Sargentos. Larco le enseñó la técnica de la acuarela, de la que él era un maestro eximio, y a su vez disfrutaba las charlas con ese extraordinario conocedor de la cultura.
En 1946 se abrió la Escuela Libre de Bellas Artes de Altamira y Pablo fue uno de los primeros inscriptos. Siempre había tenido la ambición de estudiar escultura, tal como lo había hecho su madre. Ahí cursó, entre otras materias, Escultura y Cerámica con Lucio Fontana, quien fue el precursor en el país de la escultura artística en cerámica. Pablo quedó unido a él por una profunda amistad. Fundada por Gonzalo Losada, la Escuela de Altamira también le posibilitó ser alumno de Raúl Soldi, de Laerte Baldini como grabador y en Estética e Historia del Arte de Jorge Romero Brest, alma mater del mítico Instituto Di Tella. “A los veintisiete años, me volqué con toda pasión y energía a expresarme por ese medio”, dice Edelstein en esa charla con su hija.
En esos años nacerá su amistad con Santiago Cogorno, a quien conoció por intermedio de Soldi. “Sus madres eran hermanas. En esa época, venían de Italia. Santiago expuso por primera vez en 1946, en Altamira. Su temperamento, su arrojo y su originalidad me impresionaron profundamente, su amistad me hacía sentir como si fuéramos hermanos (…). Cuando hablaba en serio de arte, mostraba unfundamento y una convicción de un hombre consciente de la responsabilidad y de la necesidad de la expresión artística”, decía.
Fontana trabajó en pequeños establecimientos cerámicos en la Liguria italiana y también en Buenos Aires en la fábrica de Cattaneo. Dejó una cantidad de terracotas de cerámica, piezas únicas que tienen la impronta de su mano. Fue él quien inició a Edelstein en los secretos de los esmaltes y los hornos. Cuando volvió a Italia, Pablo conoció a Jorge Oteiza, que había sido alumno de Fernando Arranz. Otros de sus maestros fueron Tulio Mazzetti y Agenor Fabbri, escultores italianos que trabajaban junto a los artesanos establecidos en la Liguria italiana. Más tarde, con Mireya Baglietto estudió esmaltes y engobes.
Luego de la Escuela de Altamira, Pablo y Lucio Fontana compartieron un taller. Estaba ubicado en un edificio que había pertenecido a la familia Bullrich, en el que también tenían su taller Emilio Pettoruti y María Juana Heras Velasco. Manuel Mujica Lainez escribió una novela ambientada en ese palacete. Un bailarín del Teatro Colón tenía allí también una escuela de baile.
Fontana invitó a Pablo y a otros artistas a suscribir el Manifiesto Blanco, que sostenía que “la materia, el color y el sonido en movimiento son los fenómenos cuyo desarrollo simultáneo integra el nuevo arte”. Pero Pablo no se quiso comprometer con pensamientos ajenos y dijo que no le correspondía firmarlo. Con su habitual humildad, le explicó que él estaba para aprender, que no entendía el texto y que no se sentía maduro para apoyarlo. Pablo continuó su desarrollo como ceramista.
La larga correspondencia entre los dos artistas permite conocer preocupaciones y alegrías, intercambio de favores (Edelstein cumple trámites administrativos para Fontana o rastrea sus obras en el país y este le envía colores específicos de la marca Hanovia). Fontana a mano, Edelstein a máquina, las palabras van y vienen en cartas que cruzan el océano y mantienen una amistad a lo largo de décadas. Luego de la muerte de Fontana, la correspondencia continúa con su viuda, Teresita.
Desde sus comienzos, Edelstein fue muy activo y prolífico. En 1946 inició sus presentaciones en salones nacionales e internacionales, que le valdrán numerosos premios y distinciones. Participó cada año en muestras colectivas y concursos. Era muy frecuente encontrarlo en las inauguraciones de muestras de colegas, porque veía varias exposiciones por semana. En 1947 realizó su primera exposición en Galería Müller, y a lo largo de su vida presentaron su obra las galerías Witcomb, Rubbers, Art Gallery, Martha Zullo e Isabel Anchorena, así como otras varias en Buenos Aires, otras ciudades de Argentina, Alemania, Brasil, Italia y Uruguay.
Ser artista era para él un oficio de tiempo completo. Su sobrina nieta Alejandra Padilla, también artista, lo recuerda siempre con un dibujo entre manos. Los veranos que pasaban en familia en la playa, Pablo siempre tenía un block y una valijita con óleos pastel para dibujar frente al mar o hacer un retrato. “Era un artista muy comprometido. Siempre produjo muchísima obra”, cuenta Alejandra.
Obra
No es casualidad que Edelstein haya sido un gran deportista y a la vez un escultor que tanto placer encontró en modelar figuras humanas en movimiento. Para él, el dominio del cuerpo, la armonía de la musculatura y al mismo tiempo la voluntad, el poder de la mente sobre el cuerpo, eran cosas fascinantes y las encontraba también en la danza.
Da gusto ver sus manos moviéndose en el material en un viejo video. Son grandes y nudosas como las figuras que crea. Se mueven rápido, con movimientos cortos y repetidos que van buscando ávidos la forma imaginada. Hay una intuición en esos dedos laboriosos y rotundos.
En sus obras tempranas se percibe una presencia romántica, desarrollos con la figura humana desde el plano hasta las tres dimensiones a través de un constante trabajo escultórico en yeso, barro, alambre y cerámica. En su repertorio están la figura humana, el erotismo, la tauromaquia, las flores, los paisajes, los bustos y cabezas, los bodegones y la experimentación, la geometría y la abstracción.
Escultura, pintura, cerámica, dibujo, performance. Edelstein no prefiere una disciplina por sobre la otra: lo que le importa es jugar. Se mueve frente al material con enérgica tranquilidad. Es rápido sin brusquedad. Hace muchas cosas pero sin dejar de ser un hombre sosegado. No pierde la sintonía con su tiempo. Vive leyendo, preguntando, viajando, visitando muestras. Fontana, en sus cartas, lo mantiene al tanto de lo que ocurre en las Bienales de Venecia. Es un hombre de aventura, lanzado hacia el futuro, sin prejuicios ni miedos. Algo de eso hay en su amor por las tormentas. Ante una lluvia torrencial, con rayos y truenos, Edelstein se acerca a las ventanas o acomoda una silla en una terraza y se dispone a disfrutar. Quizá le recuerda la adrenalina de sus tiempos de andinista, cuando hizo cumbre en el monte Fitz Roy. “Lleva quien deja y vive el que ha vivido”, es un verso de Antonio Machado que Edelstein repetía.
Como un desafío recurrente, disputa premios. Participa en el Salón Nacional de Acuarelistas y Grabadores de Buenos Aires en 1947. Ese mismo año expone en la Galería Müller un cuadro que se llama El viento de blanco. Años después, su amigo Santiago Cogorno le diría que en esa obra ya anticipaba el informalismo.
Treinta años más tarde, en la Galería Martha Zullo, el crítico Sigwart Blum recuerda aquella primera exposición, enumera las pocas muestras individuales que tuvo y reclama una retrospectiva de su obra. Lo define como un artista reacio a obtener notoriedad: “Para este artista de jovial espíritu y entusiasmo, la solución de desafíos formales y compositivos se ha vuelto el centro de sus objetivos”. Sobre esa misma exposición escribe J. Linares y lo describe como un artista maduro que sabe cómo utilizar sus medios con habilidad, deslumbrado con sus dibujos eróticos: “Edelstein es un artista de dinámica y apasionada expresión”.
Solía trabajar de pie en su taller de cerámica en una mesa alta. Hacía varios chorizos con los que formaba la cara interna de la figura, y los unía entre sí. Sobre esa estructura ponía una capa de cerámica plana, de superficie lisa. A veces unía bien las capas y otras dejaba en evidencia el collage. Antes hacía bocetos pequeños en arcilla, en pocos minutos, para analizar el movimiento. Los cocinaba también. Son pequeños tesoros que ha dejado, y muchas veces ha regalado. En el taller también hay piezas horneadas y esmaltadas de sus hijos y nietos. Nunca fue un espacio de puertas cerradas.
Partía de dibujos que muchas veces hacía en sus clases de modelo vivo, donde trabajaba a la par de sus alumnos. En esas sesiones era un velocista, muy espontáneo. No corregía. Usaba un papel tras otro. Amaba las tintas Pelikan, que usaba mojando el pincel directo desde el frasquito. También trabajaba en acuarelas y óleo pastel. En la semana había días de modelo vivo y otros dedicados a la cerámica. Sus piezas de escultura se basaban en los bocetos que tomaba en aquellas otras jornadas. Los apuntes en papel eran parte del proceso de sus esculturas y se apilaban en una mesa caótica, una montaña irreductible. Cada tanto daba clases teóricas que todos disfrutaban, salpicadas de literatura y música. Insistía en la búsqueda de los ejes, la estructura ósea.
En el taller iba del papel a la cerámica con el mismo placer. Todo lo hacía feliz en su espacio de trabajo. “Hoy no hay soledad, ni perspectiva, ni silencio. El aire está impregnado de ruidos, cruzado por pasacalles. Este taller es un lugar de tranquilidad. Puedo parecer un exagerado comparándolo con una catedral, pero a veces siento que el clima es un poco ese. Me gusta mucho compartir este espacio con mis alumnos. Pero también lo disfruto en soledad”, dijo en una entrevista para la revista Cerámica, en 1993, que lo tenía en la tapa como un conquistador del espacio y el tiempo, rodeado de sus bustos y figuras.
“La cerámica tiene la modestia de emocionar con sencillez”, explicaba entonces su reticencia a las megaexposiciones y los grandes espectáculos. “La cerámica cuenta al hombre. Lo sagrado, lo cotidiano, lo comercial. Las ánforas no solo transportaron el aceite y los cereales; nos traen también historias (…). Es difícil que una forma se impregne de permanencia en estos tiempos de videoclips”. Pronto descubrió a la arcilla como elemento definitivo de la obra, en vez de servirse de ella únicamente como una fase intermedia de la escultura. Y ya no la abandonó como medio de expresión y juego.
En otro pasaje de esa entrevista habla de la condición experimental de su obra, en permanente búsqueda: “Me obliga a repensar el proceso una y otra vez, siempre de nuevo, con el propósito y la secreta esperanza de ahondar y mejorar los medios expresivos”. Parte siempre de dibujos hechos del natural, de motivos antropomórficos, sobre todo retratos, o de animales o plantas. Después, somete esos apuntes espontáneos a un proceso de abstracción, para que respondan a las exigencias plásticas y estructurales que le dicta el mismo material cerámico. “En este proceso intervienen, o por lo menos así me parece, simultáneamente, impulsos intuitivos y razonamientos conceptuales, logrando muchas veces resultados sorpresivos o inesperados”.
En su obra pictórica empleó durante muchos años casi exclusivamente el acrílico, el pastel, el óleo y la acuarela, que solía aplicar en pinceladas rápidas, trazos rítmicos, con poca materia y con colores contundentes. En sus últimos años de vida, en un nuevo cambio de concepto y de expresividad, volvió al collage y al relieve, técnicas que desarrolló mediante el uso de telas sintéticas, con reflejos metálicos y multiplicidad de colores, así como también papeles de color y hojas metalizadas, con aplicaciones de paillette, láminas de metal centelleante, plumas y strass.
En los 70, también incursionó en el happening. Una exposición participativa de Edelstein a beneficio de la Confederación de Recuperación del Incapacitado Cardíaco (CORDIC), con fotomontajes de Pablo Suárez y música de Néstor Astarita, en la Galería Witcomb, terminó en batalla campal de telgopor. Pero antes, el público fue invitado a crear sus propias esculturas, en una de las primeras exposiciones participativas que se recuerden. Había puesto treinta placas de ese material y pistolas para cortar y modelar, y fueron muchos los que disfrutaron con él.
Es maravilloso el relato que se hace del final acalorado de aquella jornada en la revista Gente, en la nota “No aconsejable para cardíacos”, en su edición de noviembre de 1966: “Eran las 18.30. El gentío penetró en la nave. Edelstein, radiante bajo su malla azul con un casco de telgopor recién terminado, sonreía. Chiquillos admiradores de Marta Minujín caminaban entre señoras y señores serios. De pronto, la sala quedó a oscuras. La batería bramó como si hubieran sido disparados cien cohetes juntos. En la oscuridad, los chillidos de las señoras fueron superados por otro mayor, uno de esos alaridos que hasta el Tarzán de Burroughs hubiera envidiado. Alguien arrojó un trozo de telgopor que dio sobre la cabeza de otro y… bueno. Así como la batalla de Pozo de Vargas se libró con ritmo de zamba, esta contienda tuvo como fondo musical compases de jazz (…). La lucha se prolongó durante quince minutos. Dos muchachones descubrieron en la planta superior de la nave espacial dos bolsas de telgopor molido y las volcaron sobre la gente, como si fuera carnaval”.
Fueron legendarias sus fiestas en Punta del Este. Cierta vez, contrató a Los Shakers,2 banda de moda en ese momento, y recibió a los invitados con overol y peluca. Pintó en vivo al ritmo de la música. También se recuerda su calidad de escultor de canapés, su calidez como anfitrión y su destreza como pareja en los valses vieneses.
Para crear formas en el espacio, Edelstein recurrió a la arcilla, el mármol, la fundición en bronce, la cera, el yeso, el cemento y el poliestireno expandido. También hizo esculturas en jabón. A sus ochenta años, comenzó a realizar obras en aluminio. Con chapas plegadas logró llegar a mayores tamaños. Siempre buscando innovar y no repetirse, en 1987 incorporó la informática a la realización de sus obras: usaba la fotografía digital para probar, desde distintos ángulos, nuevas formas, nuevos colores y el contraste entre luces y sombras.
Edelstein cambiaba materiales en su búsqueda de nuevas imágenes. “La cosa modelada en cerámica o la talla en mármol o el ensamblado con lajas, también cuando trabajás el telgopor o hacés collage con plumas, terciopelos, papel, géneros metalizados… Cada uno de los materiales te va llevando hacia una imagen diferente, como así también las técnicas utilizadas van transformando los resultados”, explicaba.
Desafiaba los límites que impone el material con la experimentación. Trabajó el mármol como un collage, ensamblando partes. Ensayó esmaltes en cerámica que no podría repetir. Trabajó con fuego reductor, con esmaltes de vidrios más duros y más blandos. En sus bronces, en vez de usar la cera, usaba telgopor perdido, que se evapora y deja el espacio para el bronce.
Lo que más amaba Edelstein era modelar figuras en este material que no es otra cosa que tierra, la cerámica. Y para eso destinó un ámbito especial en su taller y una mesa de mármol que soportaba bien sus embates. Recurría a planchas, tubos, ensamblajes, tiras de rollos superpuestos, para modelar sobre una base de pieza hueca. Su tipo preferido era el chamotte, arcilla calcinada, triturada o molida, que se agrega a arcillas más plásticas para conferirles resistencia y también para reducir el encogimiento.
En este material creó muchas de sus cabezas o bustos de contemporáneos, como escritores, escultores, críticos, pintores. Partía de dibujos, en los que buscaba subrayar aspectos de carácter y personalidad. Con ese recuerdo y con los bocetos iba reconstruyendo rostros y gestos. “Es muy interesante ver la transformación que se produce entre recuerdo y devenir”, decía. Buscaba recrear su mundo, la intensidad poética del modelo… o la de sus propios sentimientos.
No siempre esmaltaba. “Busco la cualidad táctil y visual de la terracota y de las tierras coloreadas y el engobe. Varío el efecto en los esmaltes recurriendo alternativamente a atmósferas oxidantes y reductoras durante la cocción. Utilizo fritas de distintos tipos de fusión en una misma pieza para obtener superficies brillantes y mates simultáneamente”, detalla en una entrevista. Su técnica es fruto de infinitas experiencias y ensayos. Buscaba originalidad, coherencia, estructura, ritmo, color, valores táctiles y visuales. Buena cocción y buena maduración de los esmaltes. “El ceramista argentino sigue siendo un artesano rudimentario, antieconómico, con una capacidad creativa y expresiva notables”, afirmó.
“La tridimensionalidad acentúa el contorno y el contorno acentúa la tridimensionalidad –decía Edelstein–. Es el pulido, la rugosidad, el contraste lo que le da tridimensionalidad a la escultura. El espacio es modelado por la forma, y se complementan. En cambio, por ejemplo, en el plano bidimensional, en el dibujo sobre todo, son los ritmos del contorno lo fundamental para que una imagen cobre sentido. Es en ese límite del espacio donde se complementan como lo negativo con lo positivo, lo lleno con lo vacío”.
En 1952, en la búsqueda de una actividad que fuese al mismo tiempo plástica y rentable, Pablo fundó una empresa para la fabricación de micro-azulejos, en la que aplicó la técnica de monococción de esmalte y bizcocho. Esta actividad le permitió continuar su experimentación con la cerámica. Como explicaba Pablo, fue una experiencia técnica muy interesante pero económicamente desastrosa, debido a la recesión y la inflación de aquellos años, y a las dificultades en la comercialización. La fábrica cerró sus puertas en 1962, diez años después. Le dio más complicaciones que dinero.
En realidad, la búsqueda de prosperidad nunca fue su preocupación, en parte porque la tenía resuelta por herencia familiar y en parte porque no le interesaba. “No existe el espíritu sin la materia –comenta en una entrevista–. El espíritu se hace visible en las huellas que deja en la materia. Por esta razón, el artista siente la necesidad de dejar testimonio de lo que le acontece, lo entusiasma o lo entristece, y ese dejar testimonio tiene el sentido de dejar impreso (…). En ese sentido se convierte en necesidad. En cambio, amasar fortunas materiales no tiene otro significado que cubrir las necesidades materiales de la existencia que son, por cierto, algunas. Pero no todas”.
De aquella época, queda como testimonio el edificio de la esquina de las calles José Hernández y Arribeños, en el barrio de Belgrano de la ciudad de Buenos Aires, donde puede verse en los más de diez pisos del frente su obra La Cascada, realizada íntegramente con micro-azulejos de su fábrica. Edelstein fue socio fundador y socio honorario del Centro Argentino de Arte Cerámico. Se nucleaban ahí autores presentes y activos para realizar exposiciones, convocar salones y jurados. En el Libro de Actas, Aída Carballo y Leo Tavella, entre otros, expresaron su voluntad de crear un centro que agrupara a los ceramistas y que tuviera representación ante la Federación de Artes Visuales. El camino del grupo está detallado en el texto Crónica del Centro Argentino de Arte Cerámico 1958-1998, realizado por Ernesto De Carli con un equipo de colaboradores. Lograron que en 1976 en el Salón Nacional de Artes Visuales del Palais de Glace se convocara por primera vez la especialización cerámica.
Los miembros eran artistas multidisciplinares y muchos llegaban a la cerámica desde otras ramas del arte. “Esta condición le quitó a la cerámica el velo que la ataba a un arte tradicionalista, ya que esta generación propuso incorporar los nuevos conceptos de la época: el informalismo, la deconstrucción de la figura humana, el encuadre y reencuadre en la escultura, el uso del color no como pátina sino incorporado desde la misma materia, la mezcla experimental de diferentes materiales fundidos en el barro (tales como el hierro, la loza, el vidrio, piezas sanitarias), un lenguaje expresionista en la construcción de la forma y la utilización del color”, escribe María Gabriela Luna en el artículo “Cerámica y arte contemporáneo: Una dura trayectoria en proceso de consagración”.
En 2006, cuando las Jornadas Internacionales de Cerámica Contemporánea le rindieron tributo como invitado de honor, el artista preparó una pequeña retrospectiva de cinco obras, que abarcó su trayectoria entre 1955 y 1987. Las obras son figurativas: hay un toro, un busto de un colega (el dibujante, pintor, grabador y escritor argentino-español Luis Seoane), dos desnudos femeninos y una escena erótica. Todas son piezas de armado hueco, sin armazones internos de otro material que la cerámica. El ensamblado remite al collage. En las dos primeras, la terminación en chamotte acentúa la búsqueda de ritmos constructivistas y direcciones ortogonales. En las últimas, el esmalte acentúa la tendencia curvilínea. Galataia, de 1983, cubierta con esmalte plumbífero, representa la cocción en atmósfera oxidante. América (1984) y El sueño de Courbet (1984) están cubiertas con esmaltes que metalizan en atmósfera reductora dentro del horno. En la superficie está marcado el camino de ascenso desde la monocromía hasta el esmalte multicolor, misma dirección que tomaron sus dibujos hacia la pintura.
Hacia su madurez, Edelstein se sentía satisfecho de haber logrado una significativa combinación entre su intuición y ciertos cálculos racionales, dos elementos que él sentía que debían convivir en una obra de arte.
“La síntesis o la abstracción es siempre a partir de algo: primero hay que conocer el mundo, extremar la observación, conocer la amplitud del panorama, lo más posible, dominar las técnicas, o sea, enriquecerse con vivencias, para después poder prescindir de lo superfluo, de lo que se puede eliminar y quedarse con la esencia. De este modo, la expresión es más justa, más certera y más equitativa. De manera que la controversia entre abstracción y figuración, para mí, no tiene sentido. En mi concepto, lo más sublime es el ser humano. Es por esto que eliminar la imagen del hombre, la expresión humana facial, o sea el retrato, es una pérdida enorme. La geometría también tiene cualidades estéticas, pero nunca llega a la emoción que da ver al ser humano. Naturalmente, en la plástica, no es como en la realidad, sino que es una metáfora, un traslado a través del recuerdo, del dibujo o como en la escultura, la impresión tridimensional que se logra captando en un plano bidimensional visto desde varios ángulos. Esto permite volver a la tridimensionalidad, en la realización final basada en los bocetos del dibujo. En este sentido, en ningún retrato de los que realicé hice posar al modelo retratado, sino a través de dibujos previos o fotografías, para después, a través de la memoria y de las sensaciones emocionales, reconstruir y plasmar la imagen”.
La síntesis de toda esta etapa fue quizá su última gran muestra, en 2007, en la Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta, donde presentó esculturas en chapa metálica. Ese conjunto representaba para él la culminación de sus afanes como artista plástico. “Estimo haber logrado dar un sentido a largos años de búsquedas y exploraciones, hasta encontrar una imagen de síntesis”, escribió en el catálogo de la muestra.
Docencia
Hay una foto de 1957 del taller de cerámica que dictaba Pablo Edelstein en la escuela Manuel Belgrano: él es un joven de aspecto serio pero encendido, que disimula una sonrisa entre una camarilla ruidosa que se ríe y festeja en torno a un alumno que modela una gran pieza. Todos visten elegante, con corbata, y Pablo tiene sobre su traje un delantal.
Un gran capítulo en su vida es la vocación docente en artes plásticas. Enseñó en la Escuela Nacional de Bellas Artes durante más de tres décadas y han salido de su taller particular artistas que alcanzaron grandes trayectorias. Comenzó a enseñar arte en 1947, cuando Lucio Fontana3 se fue a Europa y le dejó algunos de sus alumnos. Continuó enseñando en Altamira, rodeado de maestros ilustres.
Hay una foto de 1957 del taller de cerámica que dictaba Pablo Edelstein en la escuela Manuel Belgrano: él es un joven de aspecto serio pero encendido, que disimula una sonrisa entre una camarilla ruidosa que se ríe y festeja en torno a un alumno que modela una gran pieza. Todos visten elegante, con corbata, y Pablo tiene sobre su traje un delantal. Un gran capítulo en su vida es la vocación docente en artes plásticas. Enseñó en la Escuela Nacional de Bellas Artes durante más de tres décadas y han salido de su taller particular artistas que alcanzaron grandes trayectorias. Comenzó a enseñar arte en 1947, cuando Lucio Fontana3 se fue a Europa y le dejó algunos de sus alumnos. Continuó enseñando en Altamira, rodeado de maestros ilustres.
Durante todo ese tiempo, además, dio clases en su taller y cursos de perfeccionamiento docente en la Argentina y el exterior. Por ejemplo, entre su correspondencia hay una carta de 1980 del director del Miami Dade College que agradece una presentación y conferencia en sus aulas, y otra más del mismo año proveniente de Florida International University.
“He aprendido mucho en ese constante desafío. Porque permanentemente se debe enseñar con el ejemplo. Para eso, trabajé siempre delante de los alumnos, explicando lo que yo hacía, y también reconociendo equivocaciones y fracasos”, decía.
“Aprendí el sentido del arte con él”, afirma la artista Lydia Zubizarreta, que fue su alumna desde los 20 años, durante más de diez años. “Éramos pocos y él estaba siempre presente. Radio Nacional, siempre encendida, o ponía sus discos de jazz o música clásica. Hacía su trabajo, recorría los nuestros y volvía a su trabajo, y no parecía cansarse nunca. Le gustaba la modelo en movimiento. Hacíamos poses rápidas de diez minutos, cinco minutos, y otras más largas, veinte minutos”.
“Siempre era una aventura. Nunca cambió de actitud. Era siempre como si fuera el primer día. Tenía un entusiasmo… como un chico, como un estudiante él mismo. Decía que no quería ser un profesional, porque consideraba que tenía que aprender todo el tiempo. El momento de disfrute era el del hacer”, recuerda Zubizarreta.
“Cuando no sabía qué poner, Pablo ponía violeta y el resto de los colores funcionaban. Pero un día vino y dijo que Nena le había dicho que no vendía tanto porque usaba mucho violeta”, dice entre risas Zubizarreta. También atesora las visitas a muestras que hacían junto con otros alumnos en museos y galerías. “Él nos explicaba cosas a las que nuestro ojo todavía no se había acostumbrado. Dadá, pop… la reglas están para romperlas, decía. Odiaba todo lo que fuera muy estructurado”.
“Siempre estaba feliz, en el taller estaba en su ambiente. Conversaba, se explayaba, le encantaba hablar de arte. Transmitía el arte. Era muy vital. Tenía una gran juventud. Si te tenía que corregir, lo hacía, pero de tan buena manera que nunca podías enojarte con él”, cuenta Zubizarreta.
Edelstein era un maestro fuera de serie: invitaba a sus alumnos a tomar el té en su casa, organizaba salidas juntos a ver muestras o a dibujar en el Jardín Botánico, los llevaba a visitar talleres de otros artistas, compraba obras de sus alumnos en todas sus exposiciones. “No le interesaba tanto la técnica como que nosotros descubriéramos nuestro propio estilo a partir del trabajo. Nos guiaba, y nos daba mucha libertad. Me enseñó las diferentes formas de mirar”, recuerda María Martha Pichel, que comenzó a los 15 años a tomar clases con él, y siguió por más de diez años. “Era muy generoso. Me regalaba cajas de lápices, acuarelas, papeles. Era como un príncipe, un amor de persona, siempre impecable, un caballero. Nos canjeaba obra y cuando íbamos a su casa, encontrábamos las nuestras colgadas al lado de piezas de su colección, que era buenísima. Con todos quedaba una gran amistad”, dice.
“Pablo era un artista diferente, conjugan en él una generosidad ilimitada y una sensibilidad fácil de descubrir en su mirada y comprender en su voz. Nos indicaba el camino a seguir sin exigencias, sin críticas, con amor y paciencia. Muy profundo, enseguida sabía lo que te pasaba en el alma y si algo te salía mal, te consolaba. Fue un gran maestro. Humilde y grande”, cuenta la artista Marizú Terza, que asistió siete años a su taller. “Hacía con él esculturas en cerámica y dibujábamos con tinta con modelo vivo. Tengo más de diez carpetas llenas de trabajos hechos ahí. Las sesiones eran muy rápidas, un vértigo: ¡las poses podían durar dos minutos! Traía modelos negras, parejas de modelos en poses románticas… era muy lindo”.
Trabajar a la par con sus alumnos, su postura de horizontalidad en las clases, tenía una razón. “Para mí, la obra es fundamentalmente un testimonio, quiere decir que la obra es una manifestación de experiencia de vida y, como tal, se enriquece cuando uno conoce el arte de todas las épocas. Lo importante es no creerse dueño de la verdad sino que junto a la experiencia de los demás uno se enriquece y va depurando esa experiencia en el sentido de quedarse con la esencia”, dijo en una entrevista con la artista Alejandra Padilla. “Yo he aprendido observando la labor de los alumnos y he recibido de ellos tanto o más de lo que yo he podido darles. Siempre he trabajado con los alumnos a la par, al mismo tiempo, delante de ellos, inclusive señalando los errores o las correcciones que uno ve en la propia obra. No se puede enseñar lo que uno no puede demostrar”, le dijo.
Legado
Una tarde, sentado a la mesa del comedor, Edelstein le cuenta a su nieto Alexis cómo entendió la vida en el arte: “Nunca busqué el éxito momentáneo, que rara vez se da en la vida de un artista, y si se da, la repercusión es limitada en el tiempo y después ya nadie se acuerda. Pienso que puedo dejar un testimonio de cómo yo viví, trabajé y mis creencias. Yo a la vida ya no tengo nada más para pedirle, pero puedo dar todavía”.
“Yo mismo he cambiado en estilos, en expresiones, en temáticas, en técnicas y materiales, pero revisando mi obra, al ver mis inventarios, estoy redescubriendo que todo subyace a una misma concepción del mundo y de la existencia. Porque a la vida yo no la considero como una existencia aislada, que se termina con la muerte de uno o que se traduce en la búsqueda de la salvación del alma, sino más bien en la supervivencia de la especie humana. Y justamente la obra de arte es una comunicación, un mensaje y una enseñanza para las generaciones futuras para que continúen con el pensamiento como en una cadena, en la que cada uno de nosotros es nada más que un eslabón. Y esta cadena no debe romperse”.
En su interés estaba lograr una obra trascendente por la riqueza de sus medios de expresión, no dejarse influir por marketing o modas, ejercer el sentido crítico y ser auténtico, alcanzar un valor universal y atemporal.
“Yo mismo he cambiado en estilos, en expresiones, en temáticas, en técnicas y materiales, pero revisando mi obra, al ver mis inventarios, estoy redescubriendo que todo subyace a una misma concepción del mundo y de la existencia. Porque a la vida yo no la considero como una existencia aislada, que se termina con la muerte de uno o que se traduce en la búsqueda de la salvación del alma, sino más bien en la supervivencia de la especie humana. Y justamente la obra de arte es una comunicación, un mensaje y una enseñanza para las generaciones futuras para que continúen con el pensamiento como en una cadena, en la que cada uno de nosotros es nada más que un eslabón. Y esta cadena no debe romperse”. En su interés estaba lograr una obra trascendente por la riqueza de sus medios de expresión, no dejarse influir por marketing o modas, ejercer el sentido crítico y ser auténtico, alcanzar un valor universal y atemporal.
Vivió el final de sus días como si cada uno fuera el último, dejando de lado lo intrascendente, lo superfluo, lo mezquino. Vivió con plenitud. Nadaba a diario para mantenerse ágil. Hasta el final, trabajó con todas las energías, con toda su fuerza y lucidez. “Yo no busco el éxito, sino el afecto y el aprecio, aunque sea de unos pocos”, dijo. Lo han querido muchos, muchísimo. Y ha dejado para ellos y para todos una obra valiosa.
Pablo creía que el ser humano avanza ética y moralmente en la medida en que pierde el miedo: miedo a perder la protección y el afecto de los padres cuando se es niño, miedo a Dios, miedo a perder el amor de la pareja, el de los hijos, miedo al castigo, miedo a la enfermedad, al envejecimiento y a la muerte. “Perder todos estos miedos y superarlos significa madurar moralmente y volverse un ser ético, un ser feliz, un ser útil y solidario con los demás, ejerciendo el bien, y de esta manera poseer el verdadero y supremo amor”, decía.
En esa armonía, vivía y creaba. Siempre tenía un proyecto, algo que lo ataba al presente y lo desafiaba hacia el futuro. Siguió manejando su Ford Taunus hasta los 87 años, cuando su hijo le sacó una pieza al motor porque no había otra manera de retirarle la licencia de conducir después de padecer dos ACV (y recuperarse). Le regaló el coche a su profesor de computación, a quien veía cada semana, siempre tratando de aprender algo más. Jamás dejó de trabajar.
Su último taller, en Catamarca 689, quedó montado como si en cualquier momento él fuera a volver. Una mañana de invierno, espero en la puerta de esta antigua casa de techos altos a que llegue su nieto Alexis a abrirme la puerta, y pienso que está bien que llegue tarde, porque su abuelo era impuntual. Mientras, me apoyo en el umbral e imagino las veces que Pablo lo habrá cruzado. Me abriga el sol, un árbol ralo y pienso que también su fantasma amable. Escribir su vida ha sido una tarea hermosa. Meto la mano en el bolsillo del tapado que no uso hace un año y encuentro las tarjetas personales de una querida alumna suya y de una de sus galeristas. Me río en silencio con el artista. Tiene que ser un chiste suyo.
Su último taller, en Catamarca 689, quedó montado como si en cualquier momento él fuera a volver. Una mañana de invierno, espero en la puerta de esta antigua casa de techos altos a que llegue su nieto Alexis a abrirme la puerta, y pienso que está bien que llegue tarde, porque su abuelo era impuntual. Mientras, me apoyo en el umbral e imagino las veces que Pablo lo habrá cruzado. Me abriga el sol, un árbol ralo y pienso que también su fantasma amable. Escribir su vida ha sido una tarea hermosa. Meto la mano en el bolsillo del tapado que no uso hace un año y encuentro las tarjetas personales de una querida alumna suya y de una de sus galeristas. Me río en silencio con el artista. Tiene que ser un chiste suyo.
Amaba esas charlas con sus hijos, transmitirles el amor por la cultura. Cuando crecieron, guardaba recortes de diarios con noticias interesantes para charlar con ellos cuando lo visitaban. También era bueno compartiendo sus sentimientos. En cada cumpleaños, tomaba la palabra para agradecer a cada uno por su presencia en su vida. Lloraba de alegría cuando veía llegar el auto de sus hijos y nietos a la casa de veraneo, y de emoción cuando visitó, en compañía de sus hijos el hotel donde nació. Siempre dispuesto a la alegría, si sonaba la música de Zorba el Griego, sacaba a su hijo a bailar en el medio del living. Una vez viajó con hijos y nietos en motorhome hasta Río de Janeiro. Todos lo recuerdan subido al techo, con su sillita y su block, dibujando los paisajes. En otros viajes, se escabullía en museos y galerías.
Amaba esas charlas con sus hijos, transmitirles el amor por la cultura. Cuando crecieron, guardaba recortes de diarios con noticias interesantes para charlar con ellos cuando lo visitaban. También era bueno compartiendo sus sentimientos. En cada cumpleaños, tomaba la palabra para agradecer a cada uno por su presencia en su vida. Lloraba de alegría cuando veía llegar el auto de sus hijos y nietos a la casa de veraneo, y de emoción cuando visitó, en compañía de sus hijos el hotel donde nació. Siempre dispuesto a la alegría, si sonaba la música de Zorba el Griego, sacaba a su hijo a bailar en el medio del living. Una vez viajó con hijos y nietos en motorhome hasta Río de Janeiro. Todos lo recuerdan subido al techo, con su sillita y su block, dibujando los paisajes. En otros viajes, se escabullía en museos y galerías.
Descubro sus equipos de música, que no se habrán cansado de sonar. Toda pared en esta casa es estantería para bustos y figuras, y los cuadros llegan hasta los techos altísimos. Al fondo, imagino al artista trabajando en esa cocina grande con luz natural que entra por las ventanas y medio techo traslúcido. Está vacía su mesa retacona y robusta con tapa de mármol: cuando se pasa la mano por su superficie, se pueden leer en las líneas, grietas y rayaduras los años de trabajo que soportó.
Cada caja que Alexis abre es un tesoro. Vamos pasandonos cartas, documentos, libros de visitas a sus muestras cargados de elogios y afectos, recortes de diarios, fotos familiares y de personajes que analizaba para bustos. Me gusta mucho esa foto en la que se lo ve reconcentrado, con las manos en una obra que está en un pedestal, la pipa entre los labios, una chemise de mangas largas y el pelo rubio peinado hacia atrás. Entonces, tendrá mi edad, ni joven ni viejo. Me enternece esa pintura de 1933 en la que está vestido para montar, a los 16 años, todo por venir, pero esa mirada alegre y positiva ya está ahí. Ya es un jinete que no se cae, que no tiene miedo.
foto en la que se lo ve reconcentrado, con las manos en una obra que está en un pedestal, la pipa entre los labios, una chemise de mangas largas y el pelo rubio peinado hacia atrás. Entonces, tendrá mi edad, ni joven ni viejo. Me enternece esa pintura de 1933 en la que está vestido para montar, a los 16 años, todo por venir, pero esa mirada alegre y positiva ya está ahí. Ya es un jinete que no se cae, que no tiene miedo.
En una pared veo un homenaje que llegó a tiempo: el Senado de la Nación le otorgó un Diploma de Honor por su aporte a la cultura en 2009. Su obra más reciente, la última, un tríptico en collage sobre esculturas de Antonio Canova (escultor y pintor italiano del neoclasicismo), la concluyó pocos días antes de fallecer, el 22 de octubre de 2010. Tenía 93 años.
“Siempre tenía un proyecto por delante, algo que crear o investigar. Creo que por eso vivió tanto”, dice su hijo Pablo. En el corazón de sus dos hijos, con los que tuvo una relación entrañable, quedaron grabadas sus enseñanzas más importantes: el fin nunca justifica los medios porque los medios y el proceso son mucho más importantes que el fin; seguir la vocación no es una opción sino la única manera de alcanzar la felicidad en esta vida; la vida no se vive de prestado sino a pleno y disfrutando de cada momento; los sentimientos no se filtran sino que se dejan fluir a pleno, sean positivos o negativos; la riqueza que vale y perdura es la espiritual. A los 90, en su gran fiesta de cumpleaños, todavía se lo veía bailando, riendo, disfrutando… viviendo cada uno de sus principios, rodeado del amor de su familia. Una armonía que supo construir. Queda toda su obra como testimonio.
Fuentes
“No aconsejable para cardíacos”, artículo de la revista Gente, edición de noviembre de 1966 / 40 Escultores Argentinos. Buenos Aires, Ediciones Actualidad en el Arte, 1988 / Blum, Sigwart, Catálogo de la exhibición de Pablo Edelstein en Martha Zullo, septiembre de 1977 / Conversaciones con la autora y testimonios de Pablo y Verónica Edelstein, julio de 2021 / Correspondencia entre Pablo Edelstein y Lucio Fontana / De Carli, Ernesto. Crónica del Centro Argentino de Arte Cerámico,
1958-1998 / Entrevista en video de Alexis Edelstein con el artista Pablo Edelstein / Entrevista realizada por Verónica Edelstein a su padre Pablo Edelstein, Buenos Aires, 31 de julio de 2002 / Entrevistas de la autora de junio y julio de 2021 con las exalumnas María Marta Pichel, Lydia Zubizarreta, Alejandra Padilla y Marizú Terza / J. Linares, “Edelstein at Martha Zullo”, Pluma y Pincel, octubre de 1997 / Jornadas Internacionales de Cerámica Contemporánea, 2006, palabras de Pablo Edelstein, invitado de honor / Larravide, Ana, “La conquista del espacio y del tiempo”, en Cerámica, abril de 1993 / Luna, María Gabriela, “Cerámica y arte contemporáneo: Una dura trayectoria en proceso de consagración”, IX Jornadas Nacionales de Investigación en Arte en Argentina, Universidad de la Plata, 2013 / Pablo Edelstein. Esculturas en chapa metálica (cat. exp.). Buenos Aires, Centro Cultural Recoleta, 23 de febrero al 18 de marzo de 2007 / Pablo Edelstein. Esculturas, (cat. exp.). Buenos Aires, Galería Rubbers, 15 al 29 de abril de 1970 / Pablo Edelstein. Pinturas y terracotas, (cat. exp.). Buenos Aires, Galería Martha Zullo, 18 de septiembre al 9 de octubre de 1980 / Padilla, Alejandra. “Entrevista al artista plástico Pablo Edelstein”. Trabajo monográfico. Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 2007 / Registro en video sobre el proceso de una obra, por Claudia Sánchez / Video hecho para el cumpleaños número 90 del artista por el publicista Carlos Pugliese / Villaverde, Vilma. Arte cerámico en Argentina. Un panorama del siglo XX. Buenos Aires, Editorial Maipue, 2014 / Visita al taller de Pablo Edelstein: obras, documentos, fotos, libros de visita, bocetos, diplomas, cuadernos, libros y cartas, propiedad del artista / Whitelow, Guillermo, “Edelstein: Poetry and Reality”, junio 1988.
1 Pablo Edelstein en su actividad como estanciero circa 1944
2 Pablo Edelstein y Los Shakers.
3 Pablo Edelstein despidiendo a su maestro Lucio Fontana, entre ambos Susana Meredith. Dársena Norte, Buenos Aires, 1947.